Tal como sucede en otros tipos de artistas, el escritor padece un casi impuesto “sufrimiento constante”, un, como yo lo llamo, “non stop suffering”. Susan Sontag se refiere a este fenómeno en su “El artista como sufridor ejemplar”, contenido dentro de su libro “Contra la interpretación”, escrito del cual extraeré ciertos pasajes para uso en este artículo.
Este título de Sontag me conmina a la meditación. ¿Es el artista, o en el caso de este artículo el, escritor, un sufridor ejemplar? ¿Es acaso una suerte de guía para el buen sufrir, un guía para llevar el sufrimiento hacía su expresión más alta de belleza? ¿Es acaso el sufrimiento en sí un tipo raro de belleza?
Según el diccionario enciclopédico que me a compaña hoy, a falta de Internet, la definición de ejemplar es: “(algo) digno de ser imitado” y en otro caso, “prototipo”. Yo me pregunto, es el sufrimiento per se algo digno de ser imitado, la respuesta de la mayoría probablemente sea que no. Entonces, ¿por qué el escritor sufre, o parece constantemente sufrir? ¿Por qué va por la vida con esa actitud de ser doliente? ¿Será tal vez, que en el lector existe desde siempre el germen de un cierto “voyerismo morboso, que el escritor, al abordar su obra o al ventilar su vida desea potenciar? ¿O será que el escritor, por el hecho de encontrarse más en contacto con su propia sentimentalidad, esté siempre provisto de toda una suerte de constantes decepciones?
Es sólo cosa de nombrar algunos autores, en donde el escritor sufre a través de sus personajes: Flaubert, Dostoievski, Hesse. En estos casos, todos crean personajes que son a la vez jóvenes, románticos y sufrientes, que deben ser muertos a garrotazos para convertirse en mártires ideales. Importante es hacer notar, que el romántico siente que toda herida es premisa y aval del conocimiento, pero muy pocas veces aprende realmente de él.
El sufrimiento de ninguna forma es desdeñado por la comunidad, es más, es alabado como un rasgo loable, el hombre debe saber sufrir. Pero, el hombre también debe saber salir de su sufrimiento, y esto socialmente es más loable aún. En su artículo Sontag señala: “El escritor es el sufridor ejemplar, no sólo porque haya alcanzado el nivel de sufrimiento más profundo, sino porque ha encontrado un forma profesional de sublimar su sufrimiento. Como hombre, sufre, como escritor, transforma su sufrimiento en arte. El escritor es el hombre que descubre el uso del sufrimiento en la economía del arte, como los santos descubrieron la utilidad y la necesidad de sufrir en la economía de la salvación”. Y con respecto a esto último, señala: “Para la conciencia moderna, el artista (que reemplaza al santo) es el sufridor ejemplar.”
En todo su artículo, Susan Sontag nos habla sobre la escritura de Cesare Pavese, pero en especial de su Diario, pues considera que el diario es el “taller del alma del escritor”. Y en uno de estos análisis biográfico-literarios, ella nos cuenta como en los últimos meses de su vida, Pavese, en mitad de una desafortunada relación con una actriz norteamericana, escribe: “No nos matamos por amor a una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, nada… En el fondo, ¿acaso no he apresado al vuelo esta extraordinaria aventura, esta cosa inesperada y fascinante, para volver a lanzarme sobre mi viejo pensamiento, sobre mi antigua tentación: para tener un pretexto para pensar de nuevo en eso? Amor y muerte: esto es un arquetipo ancestral.”. Luego de este Sontag señala: “Pavese redescubre con Stendhal, que el amor es una ficción esencial; no es que el amor, en ocasiones, cometa errores, sino que es, esencialmente, un error. Lo que se considera afecto por otra persona queda desenmascarado como una danza más del ego solitario.” Esta visión del amor se ajusta, como señala Sontag, exactamente al modelo del amor que el escritor, en su vocación moderna, necesita.
Otra explicación, para este sufrimiento constante del escritor, podría ser encontrada al preguntarnos si la belleza que poseen en sí las palabras conllevaría, de alguna forma, una cierta melancolía, o un esbozo de dolor, o un cariz levemente penoso; o si las palabras en sí poseen la belleza del llanto. Al decir esto inmediatamente medito en Borges y su poeta de “El espejo y la máscara”. Pienso y me pregunto, por qué se mata el poeta protagonista de este cuento, luego de componer el último poema para el rey de Irlanda, ¿qué belleza tan insostenible, melancólica y sufriente portaban las palabras que componían aquel poema?
Cómo conclusión, puedo afirmar, que lo único que he plasmado en este artículo son preguntas, preguntas que usted, mi amable lector, deberá responder. Mientras yo, por mi parte, me dedicaré a ver la televisión, es menos morbosa, ¿no cree usted? Y le advierto, que de ninguna forma piense que yo sufro, le recuerdo, desde ya, que bajo ningún punto de vista el lector de este artículo puede considerar al autor de él como un escritor. Ergo al no ser escritor, el autor, no sufre. ✈️